Creo... que ya no quiero creer

El fiasco de X-Files: Creer es la clave

Si bien han existido series que trascendieron su mera condición de programas televisivos y constituyeron un fenómeno cultural (desde Star Treck hasta Lost), debemos de observar algunas que particularmente fueron mucho más allá de la experiencia social, y se convirtieron en una clase de culto capaz de levantar polémicas, debates y afiliaciones incomprensibles para el resto de los mortales que no participaban de su credo. Y este es el caso, definitivamente, de los “Expedientes Secretos X”, uno de los acontecimientos mediáticos más notables en este sentido, que a lo largo de nueve años fue la referencia de hordas globales de geeks y freeks fans del trill policiaco que incorporaba el misterio, la ciencia ficción y el terror, a quienes marcó por esa realidad alterna fuera del entendimiento del lego, que para ellos se convirtió en mucho más que una manera estimulante o inspiradora de ver la vida: una luz reveladora, al final del camino, que los convencía profundamente de que la verdad... estaba allá afuera.

Los gurús del culto fueron los agentes Mudler (David Duchovny) y Scully (Guillian Anderson), quienes trabajaban para el Gobierno (o para siniestras organizaciones secretas que operaban tras bambalinas), enfrentándose a situaciones que estaban fuera de la lógica y la razón humana, en un estremecedor suspenso que tocaba prácticamente todos los mitos ancestrales e inexplicables de casi cualquier cultura. Frente a su éxito, en 1998 la serie dio el salto a la pantalla grande en una película que si bien no fue del total agrado de los adeptos, sí fue un éxito comercial que recaudó 190 millones de dólares. Desde entonces, estos fans tuvieron que esperar diez años, ¡diez años!, para enterarse de que al final del camino, no había ninguna verdad por descubrir en la que valiera la pena creer... lenta, aislada, deficiente, bobamente politizada y en momentos hasta aburrida. Así fue la reapación de la nueva película de los X-Files: Creer es la clave.
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En la nueva historia dirigida por Chris Carter (la misma cabeza de la serie de t.v.), que bien podría haber sido un episodio más, innesesariamente alargado, Mudler y Scully ya no son investigadores, mas son requeridos para rescatar a un agente secuestrado de quien se cree sigue todavía con vida: un sacerdote católico, pederasta confeso, asegura tener visiones sobre el paradero de este hombre. Cuando los agentes conocen al clarividente, se muestran un tanto reacios a confiar de entrada en sus visiones, y entonces un claro juicio moral se señala con el dedo índice: por su falta de absoluta efectividad (el sacerdote parece perturbado y no siempre tiene la información precisa), pero entre líneas por su pasado degenerado, Scully duda de su veracidad, mientras Mudler observa en él señales que lo motivan a querer creer en lo que dice, sin importar si la información que canaliza es de inspiración divina o maldita.
Al inicio, en una de las pocas escenas que visualmente valen la pena (la cual es sobrevendida ingeniosamente en el trailer), el sacerdote seguido por un espectacular despliegue de oficiales investigadores busca el lugar exacto de una prueba o evidencia que los acerque al agente desaparecido. El tiempo se detiene, él grita como poseído, comienzan a cavar. Lo que encuentra entonces... es un braaazo sercenado :( -En una escena posterior, después de un hallazgo similar, el sacerdote llora sangre... pff-.

La película de desenvuelve entonces sobre este subeibaja moralino establecido sobre una sucesión de acontecimientos faltos de interés para el espectador ajeno a los tejemanejes previos de la dupla protagonista, y con una abierta crítica a la Iglesia Católica expresada en el sacerdote pederasta, pero al mismo tiempo con un extraño guiño a la subvención de una blanca y letal sonrisa (la del retrato de George Bush que precide las oficinas del Federal Bureau of Investigation), aparece entonces una peculiar dicotomía, un mal chiste politizado sobre el que se irá desenvolviendo pobremente el drama, y que hace preguntarnos si no será que ahí está la verdadera intriga de la acción que tanto esperamos en la pelicula, pero que nunca llega.

Pues sucede que los bad guys de la historia son estos rusos locos que como el doctor Frankenstein, se dedican a practicar en los cuerpos de sus víctimas una extraña operación para prolongar la vida de sus Kamarradas, transplantando sus cabezas a dichos cuerpos, motivo por el cual han raptado al compañero investigador quien es sólo el primer eslavón de una serie de desapariciones de cuerpos mutilados, encontrados gracias a la ayuda de las visiones del sacerdote. Con esta pobre linea temátcia, a muchos años ya de haber terminado la guerra fría, la referencia soviética caricaturizada con rusísimos estereotipadísimos, parece fuera de contexto. Tal vez deberían haber sido científicos irakies o vulgares delincuentes traficantes de órganos afganos los que tomaran ese lugar, sobre todo si consideramos que los géneros del terror, la ciencia ficción y la guerra, en sus caminos entrecruzados, han sido mucho más que un negocio rentable para la industria cinematográfica norteamericana (tan sólo el año pasado produjeron 39 filmes que generaron ganancias superiores a los 4mil 960 millones de dólares): han sido, principalmente, el catalizador a través del cual la mente del ciudadano promedio enfoca su atención en cosas más brutales y más imcomprensibles, que la guerra misma que han vivido de forma continua durante la última decada. ¿Y es que si no fuera así, cómo se podría vivir con la conciencia tranquila al saber que los impuestos que están pagando sirven para bombardear ciudadelas polvorientas y paupérrimas?
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Lo que creo es que a pesar de seguir buscando esa fórmula de dar señales de una realidad más grande a nosotros mismos, ahora ya con la nostalgia venida a menos que dejó aquel frenesí de los años ochenta con el cine de destazamiento, (tan chocante, brutal y estremecedor que sedaba el inconciente colectivo en un contexto de guerra), el intento de la nueva película Creer es la clave, no resultó bueno. Lo fue durante mucho tiempo en la serie de telvisión. Pero la formula se desgartó, y no pudieron, o no quisieron darle un giro que de nuevo nos electrizara. Es por estos motivos que su referencia chafamente politiquizada resulta misteriosamente sospechosa, tal vez más, que la trama de la película.

Tal vez podría ser también mi mente paranoide por las conspiracioines la que crea estas barbaridades de las que escribo, y que el resultado que vimos en pantalla fue uno de mera inocencia e interés comercial... poco creíble, si es que creíamos en los buscadores de la verdad, pero también hay que considerar que las grandes compañías como Fox encontraron un nicho interesante en las salas de cine que se conviertieron, cada vez más, en canales alternativos para llegar a esos públicos repentinamente huérfanos de las series, pero sin las implicaciones de tener que meterse en el coste de sacar adelante toda una nueva temporada televisiva.

Este sentido de nostalgia es lo que le quita casi todo el valor a la película para quienes no fueron fans. Así, todo lo que nos queda es un trama de “psyo-kyller” más bien aburrido, con un debate velado y débil que por momentos parace reflexionar acerca de la fe, pero que nisiquiera tiene un desarrollo o resolución que nos deje ya no pensativos, sino tranquilos. Como bien lo expresa el slogan de la película, nada es más aterrador que la verdad... y la verdad es que con esta película, uno se puede quedar dormido y pero aún, puede olvidar por completo todo el misterio, la intriga, la emoción y la acción que en otros años nos estremeció... y así, yo creo que ya mejor ni quiero seguir creyendo.

Escrito para la revista Replicante
http://www.revistareplicante.com/

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