El Gatito-Vampiro "Mantarraya-13" / ANIME-POP2099 // cuento infantil


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                                                                            😻  GatitoVampiro era un ser tiernísimo al que a uno le daban ganas de abrazar desde la primera vez que lo veía. Su pelito afelpado tan negro tan negro que parecía destellar brillos galácticos, sus ojos tan grandes, redondos y cariñosos, sus cachetitos infladitos y sus manitas tan pequeñas y regordetas, lo hacían simplemente encantador. Pero había una desgracia que había marcado la vida del Gatito Vampiro. Y esto es que  cuando sonreía, un par de colmillos enormes y filosos, blancos como las nieves eternas, asustaban hasta a su propia madre quien lo había abandonado en la puerta de una iglesia en el momento en que había nacido. 


     Nadie se había querido hacer cargo del Gatito Vampiro. La gente, al verlo por primera vez, lo abrazaba en el momento por lo bonito que era, pero cuando Gatito Vampiro sonreía, entonces todos echaban a corres despavoridos, como si en aquellos colmillos, hubieran visto reflejada su peor pesadilla.  Corrían como locos gritando – ¡es un monstruo! ¡Ese Gato del infierno es un monstruo! 


     La realidad, es que GatitoVampiro era el más cariñoso, juguetón e intrépido felino que pudiera haber existido. Era buenísimo para trepar bardas pero también para dar vueltas en las bajaditas del parque hecho bolita, era muy afinadito para cantarle a la luna y su ronroneo eran taaan fuerte, que se escuchaba a diez cuadras a la redonda. Era buenito y juguetón, rechoncho y tiernorón. 

 

    A pesar de ser así, tan lindito, su vida era triste. Ir de aquí para allá, buscando un dueño alguien que lo quisiera, buscando siempre un poco de zarzamoras y agua de Jamaica que eran sus alimentos favoritos y que como su condición de vampiro se lo dictaba, eran rojos, como todo lo que tenía que comer. 

 

 Nunca fue a la escuela ni durmió en un lugar calientito. Viajó por todos los pueblos de la comarca y en ningún encontró la paz que buscaba. Salía siempre corrido a zapatazos, escobazos y jitomatazos, aunque estos últimos le gustaban por la razón que ya hemos dicho.  

 

 Un día, en un nuevo pueblo que visitó en su peregrinar en busca de la felicidad, GatitoVampiro  encontró en las afueras, a un grupo de chiquillos que al lado del río, recibían la clase de su maestra quien les explicaba que en el mundo, todos habíamos nacido diferentes, pero que era gracias a que éramos diferentes, que podíamos hacer cosas tan distintas y tan necesarias todas, para que funcionara bien su pueblo. 

 

   Al papá de uno que era valeroso y aventurero le gustaba ir a recolectar frutos exóticos que tenía que ir a buscar en los lugares más lejanos,   mientras que el papá de otro que era más sereno y paciente, daba clases de dibujo y de canto en la escuela a los niños que no podían hacer tan fácil esas actividades.  

 

   A GatitoVampiro  le gustó escuchar eso de que todos eran diferentes,  y que todos hacían algo bueno para vivir juntos.  La Maestra siguió contando que otro papá era bueno construyendo casas y ponía al servicio de todos su especialidad, mientras que una mamá de una niña era la mejor dirigiendo las labores de la plaza, y siempre convenía escucharla,  porque nadie entendía cómo pero ella entendía las cosas que eran más complicadas y que pocos podían llegar a comprender tan bien.

 

    GatitoVampiro , intrigado y emocionado,  quiso escuchar más y mejor de todo eso y trepó bueno como era, a un árbol que daba sombra al grupo de chamacas y chamacos  y a su maestra también. Siguió por una rama larga que se extendía sobre sus cabezas y caminó cauteloso sobre ellos escuchando la dulce voz de la Maestra que seguía con la lista de diferencias que eran buena onda. 


   Nuestro querido amigo gatuno, pensó que si esta gente de este pueblo nuevo, creía que ser diferente era algo bueno,  entonces tal vez no se asustarían cuando vieran sus colmillos vampíricos, y lo querrían tal y como es, fijándose más en las cosas hermosas y buenas que tenía en todo su ser. 


    Con ese sentimiento en su corazoncito felino, sus grandes ojos se llenaron de esperanza, y un ronroneo incontrolable comenzó en su interior primero, en todo el pueblo al final… un ronroneo que se escuchaba fuertísimo de manera divertida, alegre y contagiosa.  ¡Era un canto de alegría ante la posibilidad de ser amado, a pesar de ser diferente a los gatos que el mundo conocía!

 

    El ronroneo creció y creció como una bolita de nieve que rueda cuesta abajo en una montaña enorme. ¿Han visto en lo que se convierte? ¡Sí! ¡En una bola gigantesca que cada vez que rueda crece más hasta convertirse en la ola más grande de nieve que jamás alguien haya visto! Pues así creció su ronroneo. Y todo su cuerpo era como una maraca que se movía de su pecho de vampirito a su pancita de gatito, y a sus cachetes regorditos y sus ojos tan bonitos, a sus manitas suavecitas ¡y a todo él como chiringuita!
 

    No podía dejar de reír como lo hacen los gatos: con su ronroneo. Y ronroneó tan fuerte, que de la rama… se calló. 

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                                                                        ¡pum!

 

    Había caído, sobre la falta acolchonadita, de la Maestra. Justo sobre ella… y al ver sus ojos tan, tan hermosos, se paralizó. El Gatito Vampiro con los de la Maestra,  y la Maestra, con los del Gatito Vampiro.  Ambos quedaron cautivados por la dulzura y la ternura que veían en los ojos del otro. Y la reacción de Gatito Vampiro fue inevitable: sonrió.  Como siempre lo hacía al pensar en la posibilidad del amor de una familia. 

    La prueba de su vida nuevamente se ponía en juego al mostrar otra vez esos colmillos enormes y filosos, brillantes y tan blancos como la ola de nieve de su ronroneo, que no se pudo parar hasta el momento en que por esa cariñosa maestra, se  dejarse acariciar. 

 


   La Maestra abrió los ojos enormes y no se movió durante cuatro segundos cuando vio esos enormes colmillos. GatitoVampiro pensó por un momento que la historia se repetiría nuevamente y que la Maestra lo aventaría tan lejos como pudiera asustadísima hasta los gritos como loquita por el miedo de ver esos dientes de vampiro diferentes a los de todos los que ella conocía. 
   Pero no gritó. Ni corrió. Simplemente… sonrió. 
   Ella sonrió y después llevó sus dedos hasta los colmillos de Gatito Vampiro y dijo: - wow… esto sí que es un gato increíble. Nunca había visto uno que tuviera estos hermosísimos colmillos de vampiros… ¡vengan niños, miren qué ternurita! –

     Inmediatamente todas las niñas y niños rodearon al hermoso gatito negro como la noche, tierno como él solo, y con unos dientes tan grandes que a esta gente, a diferencia de la de otros pueblos, les parecían tan hermosos, justamente por la misma razón que otros sentían miedo: por ser diferentes. 

 

    Sucede que a la Maestra le gustaban todas las cosas un poquito raras, como eso que tenía que ver con la magia de la amistad, con los deseos que se hacen realidad y con unicornios y seres fantásticos, con estrellas a las que se les piden deseos y con contarle a los árboles del bosque lo que quieres más. 

 

    A ella, como a todos en ese pueblo, les gustaba que el mundo tuviera cosas diferentes, porque todos lo somos, y lo divertido de la vida es compartir justo esas cosas que tiene cada uno, en lo que cada uno es bueno, lo que a cada uno le gusta y le divierte. Cuando todos son iguales y piensan igual y se visten exactametne igual, es aburrido, y en cambio cuando todos dan lo mejor que tienen para todos, entonces la vida es alegre, respetuosa y lo bueno dura para siempre. 

 

    La Maestra adoptó a Gatito Vampiro y lo llevó a la escuela para que todos lo conocieran. Lo nombró: VAMPURR, y le organizaron una fiesta de bienvenida. Decidieron que aquel día sería el día del cumpleaños de GatitoVampiro  y que a partir de ese año y durante todos los que estuvieran por venir, cuando esa fecha sucediera, todos celebrarían nuevamente.


    Esa fecha era el 17 de abril, y para mostrarle que lo querían tal y como era y que además pensaban que era super cool, todos en la escuela y en el pueblo se hicieron máscaras de cosas diferentes: unos tenían ojos volteados de zombis, y otros orejas enormes de duende. Había los que tenían máscaras con muchísimas pecas, los que usaban lentes, los que corrían despacito, a los que les gustaban los bichos raros o tenían el pelo chinito y difícil de peinar, o tan largo tan largo que casi hasta el piso pudiera llegar. 

 

   Todos pegaron esas máscaras a unos palitos y  bailaron una canción que decía: - somos diferentes, nunca nadie afuera debe quedar - . 







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Contexto:

   Este cuento surge para intentar resolver una situación muy particular, en un momento igualmente específico, en los años preescolares de mi hijo Mateo quien desde sus primeros momentos de consciencia, tenía problemas para identificarse con los roles sociales y culturales predeterminados por los géneros, y en cambio era ella misma. Esto provocó en sus compañeros de escuela que comenzaran a marginarla. Porque esos niños tenían la idea de las niñas "niñas", de rosa, lindas y delicadas. Y Romina se asumía pues desde susprimeros años como algo que iba en otra dirección. nos tomó unos años verle un poco más de forma a lo que entonces se insinuaba. A los 7 años Romina me preguntó por primera vez acerca de las intervenciones quirúrgicas para el cambio de género, y ahora a sus 11, ya casi 12 años, nos ha pedido que le llamemos Mateo, y que vigilemos los "pronombres" que usamos con ella, refiriéndose a esto conque no se identifica ni se percibe a sí misma como una "mujer", sino como lo contrario: un chico. 
   Así pues, cuando nos dijeron en el preescolar que mi Romi pasaba sus recreos solita, viendo el cielo, porque los otros niños y niñas no jugaban con ella, yo, primero, conocí un dolor que hasta entonces no había experimentado. el dolor que siente un padre por lo que cree que es dolor de su hijo. sentí una rabia, una indignación, unas ganas de ir y zarandear a todos esos mocosos, que me di cuenta que era momento de sentar un precedente en nuestra vida como familia, como miembros de una comuidad educativa, y como seres humanos, como padres de una chamaca divina, me hiciera posible dejar una semilla chiquita, sembrada en todas las infantes cabecitas, y replantear mi sentimiento, para ver lo acontecido como una oportunidad para reflexionar sobre el valor de la diferencia no sólo a este nivel a mi parecer, carente, poco humano, un tanto neurótico, de tolerarla sino que como los franceses, asumirla, abrazarla, ¡celebrarla!
   Fue entonces que escribí el cuento que ahora comparto con ustedes, el cual por fechas del Día de Muertos fui a leerles a Romina y todos sus compañeros a su salón de clases, acompañando la tertulia con banderillas de plátanos fantasmas, gomitas de azucar con forma de tripas, galletas oreo vampíricas y una muy fresca agua de sandía... perdón, SANGRÍA, por aquello del líquido vital, que disfrutamos mientras esto se leía:


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